Los tiempos navideños reúnen grandes distracciones, una agenda ocupada donde se junta la caridad y el espíritu familiar, con la frivolidad de la moda y la decoración exagerada de manera curiosamente armoniosa.
Todo se disfruta o pasa desapercibido según la realidad de cada cual. Somos sensibles o no a la tormenta de nostalgia a la que te invita la época con las canciones y las películas alegóricas.
En la República Dominicana, nuestro folklore navideño prioriza la bebida y la comida como fuente de la diversión en la música que se escucha tradicionalmente, con contadas excepciones, mientras que los villancicos anglosajones hablan de la nieve, de los árboles navideños y del amor en sentido general.
El agobio radica en que son tantas cosas al mismo tiempo que se quieren lograr en diciembre, que casi todos sus días terminan pareciéndose al “día antes de irnos de viaje a otro país”, es decir, ese día que termina siendo súper productivo porque se pagan todas las facturas, se resuelven pendientes en el banco, se reparan cosas que teníamos meses dejando para después, entre una serie de tareas que debemos de poner en una lista para no olvidar… todo eso por 30 días o más (si nos le robamos tiempo a noviembre).
Algunas personas hemos decretado un diciembre sin complicación, pero siempre el entorno se encarga de hacerlo por uno. Sencillamente son muchas cosas para un sólo mes: veladas de los colegios y de academias extracurriculares, diferentes encuentros con grupos de amistades, fiestas del trabajo, y un “compartir navideño” por aquí, por allí y por allá.
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Si no te metes en un “angelito”, descuida, que tus hijos estarán en uno y de repente la responsabilidad cae en ti desde que llegan a la casa con el papelito en la mano que dice el nombre de quien les toca dejarle.
Lo interesante es que la economía se activa, el doble sueldo alcanza para más de lo normal y eso se refleja en el tránsito y en el incremento de la actividad comercial.
El tiempo destinado a los preparativos y el estrés que se acumula en todos los días previos es exagerada en función a las pocas horas que dura la Noche Buena y el Día de Navidad, lo que implica, que hay que intentar divertirse en el proceso, sin embargo, la incomodidad por los atascos, el cansancio y las filas a veces logran amargar el ambiente por ratos.
Luego de la Navidad, todo apunta para el fin de año. Hemos logrado que ya el estrés de la gala que se usaba en décadas atrás se fuera cambiando por un ambiente más vacacional y relajado, siempre acompañado del temor de quienes aprovechan los tiempos festivos para manifestar imprudencias en el tránsito o en su comportamiento exuberante tocado por el consumo exagerado de alcohol u otras drogas.
Por mi parte seguiré intentando nuevas navidades con las menores complicaciones posibles, menos estrés y menos compromisos de gastos de la época, porque no tiene sentido absoluto. No garantizo que lo lograré, pero iremos poco a poco llegando al punto de equilibrio.
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